jueves, 23 de agosto de 2012

Despojos sociales

Estados Unidos, uno de los más prósperos países del mundo, es una nación construida con una estirpe de canallas, piratas, criminales y exiliados, por cimientos. Esos despojos de Europa, demasiado incapaces de poder llevar una vida decente aquí, decidieron arriesgarse a levantar algo nuevo, pues ellos no tenían nada que perder. Discutibles como son las circunstancias históricas que llevaron al éxito de Estados Unidos, un hecho innegable es que a una sociedad de gente que había visto un sinfin de penurias, le fue ofrecido un borrón y cuenta nueva. Y es que a veces nos cerramos en prejuicios, nos aferramos a lo malo conocido, cuando está demostrado que es precísamente cuando nos vemos empujados al límite, que sacamos lo mejor de nosotros mismos.

Fue un buen amigo andaluz quien me demostró que él, que se había pasado los últimos años descargando cajas de pescado en el muelle, y cuyo currículum estaba construido por un sinfin de trabajos temporales, iba a ser el mejor de mis empleados, cobrando cuatro veces la miseria que le pagaban en el muelle. Así que en pleno boom económico, me propuse a mí mismo darle una segunda oportunidad a gente que merecía algo mejor de la vida, y que tenía mucho más que ofrecer de lo que el rasero de los estándares laborales jamás les dejaría mostrar. Centré mi criterio de contratación en las personas, no en los curriculums, y me prometí nunca ir con prejuicios a una entrevista, siempre dejando lugar a ser sorprendido.

El resultado no podría haber sido más espectacular, y a los pocos meses me encontré al frente de la plantilla de gente más capaz que se podía desear. Cualquier carencia de conocimientos que pudiese haber, se veía compensada cien veces por unas increíbles ganas de trabajar, un entusiasmo desorbitante, y una infinita voluntad de dar lo mejor de sí mismos. Cualquier cosa parecía posible. No solo eso, sino que armados de voz, los buscavidas me demostraron ser una fuente interminable de buenas ideas e iniciativas que recortaron un abismo de costes y procesos redundantes. Durante meses, años, el equipo español (un hatajo de canallas) trabajó en unidad, con resultados muy superiores a los que pudiese traer la ética laboral alemana o el buen hacer de los franceses. ¿Por qué? Porque el valor humano de cada uno de sus integrantes, y su voluntad de sacar las cosas adelante le daba mil vueltas a la de los demás.

Diez años después de haber comenzado mi exilio en el extranjero, miro atrás y recuerdo con infinito afecto las caras de todos aquellos compañeros de trabajo de los que tanto he aprendido, y confío en que algún día, me pueda hallar en posición de volver a juntarlos de nuevo bajo una misma bandera - Pero por amor de Dios, ¡que esta vez no sea en Francia!

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